Esta es la historia de un temido guerrero que arrasa una comarca en el lejano Oriente.
Aquel temido guerrero jamás había sido derrotado y había conquistado grandes territorios, imponiendo temor a donde iba. Una vez los aldeanos de un pueblo, al escuchar que el guerrero se acercaba, huyeron aterrorizados.
No sólo ellos, hasta los gobernantes salieron despavoridos… cuentan que hasta ollas con comida se quedaron en el fogón, así como los animales de trabajo.
Sin embargo, el monje ermitaño que vivía en la falda de la montaña se quedó en el pueblo.
Después de ocupar el territorio con su ejército, el guerrero se dirigió a la choza del monje. El guerrero se sentía contrariado, casi ofendido, porque el monje no hubiera corrido como todos.
El anciano zen permaneció ecuánime, lo que enfureció al guerrero y le gritó mientras sacaba su espada:
—¡Viejo tonto! ¡No te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría partirte en dos con tan sólo un parpadeo!
El maestro zen respondió sereno, sin miedo y sin moverse:
—Y tú, ¿te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría ser partido en dos en un solo parpadeo? Una respuesta casi en espejo tuvo el efecto de un sable.
Aquel temido guerrero jamás había sido derrotado y había conquistado grandes territorios, imponiendo temor a donde iba. Una vez los aldeanos de un pueblo, al escuchar que el guerrero se acercaba, huyeron aterrorizados.
No sólo ellos, hasta los gobernantes salieron despavoridos… cuentan que hasta ollas con comida se quedaron en el fogón, así como los animales de trabajo.
Sin embargo, el monje ermitaño que vivía en la falda de la montaña se quedó en el pueblo.
Después de ocupar el territorio con su ejército, el guerrero se dirigió a la choza del monje. El guerrero se sentía contrariado, casi ofendido, porque el monje no hubiera corrido como todos.
El anciano zen permaneció ecuánime, lo que enfureció al guerrero y le gritó mientras sacaba su espada:
—¡Viejo tonto! ¡No te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría partirte en dos con tan sólo un parpadeo!
El maestro zen respondió sereno, sin miedo y sin moverse:
—Y tú, ¿te das cuenta de que estás frente a un hombre que podría ser partido en dos en un solo parpadeo? Una respuesta casi en espejo tuvo el efecto de un sable.